Hoy es de esos días en los que no quiero escribir, pero me tiemblan los dedos, y de tanto reprimirme me pica la piel.
Sin embargo me niego absolutamente a hacerlo. Tengo un mensaje para las letras que me bailan en la mente justo ahora: señoras no las voy a dejar salir aunque me demanden ante la Superintendencia de la redacción y me acusen de maltrato literario.
Me niego rotundamente a sentir el delicioso placer de derramarme en un papel, no pienso dar rienda suelta a la inspiración. ¡Hoy no!
No me interesa caer en el adictivo placer de vertir mi alma mientras el bálsamo de la tinta me suaviza la piel, ni mucho menos sucumbir a la seducción de un cursor palpitante esperando por que lo acaricie desde el teclado para terminar llegando al climax de letras y prosas sudorosas.
Hoy no tengo ganas de intimar con la apasionada aventura de plasmar el nudo que tengo en el alma. Y por favor no insistan que a mi no me van a poder las ganas, ni me va a arrastrar inconscientemente el subconciente para mañana cuando me pase la borrachera de la soledad darme cuenta en medio de la resaca rimada que terminé escribiendo vaya a saber Dios sobre qué.
Ratch Kendel
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