viernes, 1 de septiembre de 2017

KINTSUGI

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No sabía que iba a encontrar, y sin saberlo te encontré entre los ires y venires de la vida, entre los altibajos de la absurda soledad que no busqué sino me fue impuesta. Solo la vida y el tiempo podría mostrarme porque tenía que encontrarte pero también tenía que perderte. 
En el ocaso de una noche maldita al llegar a casa, en la puerta encontré mi maleta llena de pedazos de tela, ilusiones y en ella hasta había un corazón roto, con decirte que recogí pedazos hasta del balcón. Sufrí la tristeza y la pena de perder la ilusión que un día me trajo tu presencia, y descubrí con amargura que no importa cuan grande pueda ser el amor que se profesa, ni la intensidad de la pasión colandose en la sangre, no importa nada, simplemente un día todo acaba incluida mi esperanza de volver a besar tu boca.
Cuando recogí mi abandonado equipaje no repare en que entre tanta cosa que en ella había, faltaban trozos de mi destrozado corazón, y siempre me pregunté en donde estarían pero pensé que el dolor simplemente los habría evaporado. Ahora descubro que los guardaste en algún bolsillo de tu saco, tal vez por eso nunca pude rehacer mi alma, nunca pude olvidar nada: ni los besos, ni las noches que entre caricias pasábamos, ni los días brillantes que tu sonrisa iluminaba, ni los olores de tu cuerpo, ni los sonidos de tu alma.
Ahora que te veo y que ya la vida en mi ha hecho estragos, veo que esos trozos perdidos se salvaron de sufrir tantos desengaños. Por eso he venido a pedirtelos, porque los necesito para reponerme después del daño, porque a ti ya no te sirven, porque ya para ti no son tanto. Devuelveme esos trozos empolvados que probablemente aún estén intactos, quizá cuando los una con los que aún me quedan, este corazón ahora roto y ajado, se convierta en la más maravillosa obra de arte.

Ratch Kendel

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